La saturación de la órbita terrestre
Si hay algo que todos recuerdamos de las clases de astronomía, es que la Luna es el satélite de la Tierra. Al menos, el único natural. Desde que se lanzó el Sputnik en 1957, se han enviado al espacio casi 20.000 satélites artificiales. Según las Naciones Unidas, que proporciona una base de datos para consultar el estado de los satélites lanzados al espacio, 11.000 de ellos siguen orbitando nuestro planeta. Aunque este número pueda parecer muy elevado, pronto podría quedarse obsoleto.
Según la Unión Internacional de Telecomunicaciones, hasta 1 millón de nuevos satélites artificiales podrían estar pronto en órbita, atendiendo al número de solicitudes tanto de agencias espaciales gubernamentales como de empresas privadas. Teniendo en cuenta que el número actual ya provoca problemas en la observación del cielo nocturno, ya que algunos satélites artificiales como BlueWalker 3 o Starlink interfieren en tareas científicas, el futuro no parece muy esperanzador para la bóveda celeste.
A primera vista, poner en órbita una gran cantidad de satélites parece ser una tarea sencilla y segura, ya que, para evitar choques entre estos cuerpos artificiales, se colocan en diferentes trayectorias orbitales y a distintas altitudes. A cada satélite se le asigna una órbita y una distancia de seguridad con respecto a los demás para prevenir colisiones, aunque en ocasiones esto ha sucedido. Es bastante razonable prever que este fenómeno no hará más que aumentar a medida que se lanzan más satélites al espacio.
El aumento de la basura espacial generada por estos impactos, sumado al hecho de que muchos satélites siguen orbitando aunque ya no funcionen, es otro de los aspectos preocupantes del escenario que le espera a la órbita terrestre si se ponen en órbita el número de satélites artificiales planificado.