Cuando la tecnología empieza a ver: un implante cerebral da voz a la oscuridad
Un equipo de investigadores de la Universidad Miguel Hernández de Elche (UMH) ha logrado un avance revolucionario en el campo de las neuroprótesis visuales: han implantado una matriz de 100 microelectrodos en la corteza visual de dos personas que habían perdido la vista. Este dispositivo —tan compacto que cabe en un espacio de apenas 4 milímetros de lado— actúa como una cámara artificial que envía señales eléctricas al cerebro, emulando la actividad normal de la retina y el nervio óptico.
Pero la verdadera novedad no es solo “dar visión” de forma pasiva: es que el sistema establece un diálogo entre la tecnología y el cerebro. Mientras el implante envía estímulos eléctricos para generar percepciones visuales, simultáneamente registra la actividad neuronal y adapta su acción en tiempo real, en un proceso de “bucle cerrado”. Así, el cerebro aprende del implante y el implante aprende del cerebro. Esto supone un salto importante respecto a los sistemas tradicionales “de lazo abierto” que no tienen en cuenta cómo el cerebro va cambiando o adaptándose.
En la práctica, este sistema permite a los voluntarios ciegos percibir formas básicas, moverse con mayor autonomía y orientarse en entornos simples. Aunque aún no es una restauración completa de la vista, los resultados son prometedores y marcan el camino hacia futuras soluciones que podrían devolver la funcionalidad visual a personas que hoy viven en la oscuridad. El estudio, publicado en la revista Science Advances, ha sido liderado Eduardo Fernández Jover, catedrático de la UMH y perteneciente al área de Bioingeniería, Biomateriales y Nanomedicina del CIBER (CIBER-BBN) y en él ha colaborado también el Hospital IMED de Elche.
Los investigadores advierten que queda mucho por avanzar: optimizar la resolución de las percepciones, asegurar la estabilidad a largo plazo del implante, disminuir riesgos quirúrgicos y mejorar la interfaz entre cámara, procesador y cerebro. Aun así, este logro abre un nuevo capítulo en el que la visión artificial deja de ser solo un “proctor” externo para convertirse en un socio activo del sistema neuronal humano.

